domingo, 14 de noviembre de 2010

César Vallejo, el culpable

Por GUSTAVO ESPINOZA M (*)

“César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro / también con una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros / la soledad, la lluvia y los caminos…”

Piedra negra sobre una piedra blanca. Poemas Humanos. CVM

Pareciera una historia extraída de anales antiquísimos. Quizá del medioevo. O tal vez de los juicios lapidarios de los años de la Santa Inquisición. O de lo que acontece -a veces- en los pueblos más primitivos de nuestro planeta, pese a los adelantos de lo que muchos llaman “la revolución científico- técnica” de nuestra época.

Pero no. Ocurrió hace muy poco tiempo en el Perú, un país que, al decir del Presidente García, está en los umbrales del Primer Mundo y que se levanta hoy -según dicen- gracias al modelo económico vigente y a otras acciones similares-, como ejemplo de lo que se puede hacer cuando se multiplican los panes y los peces y Monseñor Juan Luís Cipriani -obispo de mansas digestiones, como diría Gonzalo Rose- proclama en sus homilías dominicales, el respeto al hombre y a la vida.

Así es, en efecto gracias al comportamiento de las más altas autoridades de una Universidad Privada que funciona en el Perú y que, curiosamente, fue colocada bajo la advocación del poeta nacional César Vallejo Mendoza; tenemos esta historia que parece añeja y polvorienta.

El ente académico -así se proclama- existe aquí desde hace 16 años. Comenzó modestamente, pero poco a poco, a fuerza de cobrar elevadas pensiones a sus estudiantes, fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy, una “potencia cultural que alumbra el escenario nacional”, según se dice.

La Universidad César Vallejo tiene su sede principal en un pujante distrito capitalino -Los Olivos- y filiales en Chimbote, Trujillo, Tarapoto y Piura. Atiende a más de 25 mil alumnos y goza de las prerrogativas que el modelo privatizador de la educación, concedió en el Perú desde los años de Alberto Fujimori.

Fue fundada por don César Acuña Peralta, dos veces electo alcalde de Trujillo, y conocido empresario que incursionó también en el área educativa, consciente -como está- que el rubro es ciertamente muy rentable

Ocurre, sin embargo, que la Universidad César Vallejo, no honra al poeta cuyo nombre ostenta como un emblema más bien comercial. Al contrario, lo usa para efectos propagandísticos, haciendo escarnio de su vida y del contenido de su obra.

Y la prueba más tangible que eso es así, es lo que acaba de ocurrir, y que ha sido ocultado por la “prensa grande” y también silenciado -lamentablemente- por instituciones y organizaciones que debieron haber dicho su palabra de manera categórica y definitiva. Una extraña afasia ha tapado la boca a muchos para que no trascienda un verdadero crimen de lesa-cultura, que culminara con el abrupto despido de 13 docentes universitarios.

Ocurrió en efecto que, hace algún tempo y para el efecto de mejorar la “oferta educativa”, el citado centro de estudios resolvió crear lo que se dio en llamar la Cátedra Vallejo. Y puso al frente de ella a un especialista en la materia, al profesor Julio Yovera Ballona, a quien le encargó el tema.

El profesor Yovera y sus colaboradores no se limitaron, por cierto, a desarrollar estudios morfológicos y lingüísticos en torno a la creación literaria del poeta, Optaron por mostrar, adicionalmente, su vida y su obra, su contenido y esencia.

Gracias a tal empeño, las autoridades de la Universidad descubrieron lo que quizá habían ignorado siempre: Que César Vallejo estuvo preso en Santiago de Chuco -su tierra natal- en los primeros años de la década de los veinte del siglo pasado, acusado falsamente de “terrorista” e implicado en un supuesto motín popular que acabó con el incendio de una comisaría.

Descubrieron también que, por esa denuncia, dio con sus huesos en la cárcel por varios meses y que se mantuvo contra él abierto un proceso judicial que sólo se cerró muchos años más tarde, cuando las autoridades pertinentes llegaron a la definida convicción de que no existía prueba alguna contra el poeta. “Oh las cuatro paredes de mi celda Ah las cuatro paredes albicantes / que sin remedio dan al mismo numero…” escribiría después Vallejo en Trilce.

Además, claro, descubrieron que el poeta tuvo que irse del país, como huyendo; que estuvo en Francia; y luego en Rusia - en 1931-, escribiendo un libro con sus remembranzas bolcheviques y confirmando su admiración por la Revolución Socialista de Octubre; que fue un acerado defensor de la República Española, que participo en el Congreso Antifascista de Escritores celebrado en Valencia en 1937, que estuvo afiliado al Partido Comunista de España, y también al de Francia; y que murió “en París con aguacero” un funesto viernes de abril de 1938.

Los estudios en torno a Vallejo desasnaron -¿se puede emplear con propiedad el termino?, ¡Si, claro- a quienes creían que el poeta había escrito sólo versos de amor a la “andina y dulce Rita de junco y capulí”; y que se había inspirado también en los milicianos de huesos fidedignos que luchaban contra el alzamiento fascista de Franco Bahamonde; en las masas que defendían la libertad y la justicia, en el hombre que se erguía, alzado por millones; y en el bolchevique de trazos confundibles y gesto marital, de su Salutación Angélica.

Y ya esto, era mucho más de lo que los augustos funcionarios de la Universidad estaban dispuestos a admitir.

Tomaron entonces el árbol por las hojas y procedieron a arrancar de raíz la semilla subversiva que habían sembrado sin quererlo. Se dieron cuenta que les había ocurrido lo mismo que al personaje de Moliere, aquel que descubrió que hablaba en prosa, sin saberlo.

Cortaron entonces por lo sano. Como los maestros habían debatido con sus alumnos los textos de Vallejo, los acusaron del pecado de moda: “apología del terrorismo” y sin más, los expulsaron de la Universidad.

Como por arte de magia, ellos mismos se convirtieron en fiscales y en jueces. Hicieron un proceso sumario y un juicio sin duda secreto, porque ni siquiera los acusados fueron llamados a comparecer. Y los echaron de la Casa de Estudios sin el menor disgusto.

Los afectados responsabilizaron por la medida al Director General de la Universidad -ese cargo tiene- y al Director Académico de la mismo, los señores Juan Manuel Pacheco Zeballos y Heraclio Campana Añasco; pero estos pusieron oídos de mostrador ante el reclamo, que fue elevado sin éxito alguno, al Despacho del Honorable Rector, don Sigfredo Orbegoso Venegas, quien también optó por silbar de costado.

A los que creen que “el Perú avanza”, hay que recordarles un episodio casi idéntico que ocurrió en nuestro país hace 44 años, en mayo de 1966. En esa circunstancia, 11 profesores de educación secundaria fuimos echados del magisterio oficial. En esa ocasión, Vallejo no fue el culpable. Fue Mariátegui. Nos expulsaron de la escuela, por leerlo. El desenlace, sin embargo, fue distinto, y aleccionador: los maestros pelearon y, un año después, volvimos al trabajo docente.

Es bueno que se conozcan los nombres de los treces docentes sancionados de manera tan aviesa y medioeval por la Universidad que usurpa el nombre del poeta: Julio Yovera Ballona (coordinador académico), Carlos Castillo Mendoza; Percy Julián Uribe; Ernesto Toledo Bruckmann, Marisol Palomino Fernández, Lucia Apolinario Vega, Ricardo Elías Roselló, Nelson Saavedra Gallo, Miguel Torres Cóndor, Aracelli Jara, Hans Mejía y Augusto Lostaunau.

¿Qué se puede hacer en esta circunstancia? Lo racional plantea una disyuntiva clara: o los docentes son repuestos, o la Universidad cambia de nombre. José María Escrivá de Balaguer, le quedaría mejor.

Como aquí no existe una Fundación Vallejo, que cautele incluso el nombre del poeta, y como ni la familia del mismo ni las instituciones han dicho su palabra; el tema debiera ser abordado de oficio por el Estado Peruano. Sobre todo ahora, cuando ya se tiene un Ministerio de Cultura ¿Podrá proteger la cultura el señor ministro del ramo, o dejará también él que la barbarie se imponga?

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera