Por: Charles Jaime Lastra Domínguez
18.09.10
Miles de luchadores sociales, políticos de izquierda y gente sencilla y común, fueron denunciados injustamente como terrorista. El motivo solo fue que se alzaron contra la injusticia, los crímenes y la corrupción. Ellos reclamaron derechos del pueblo y progreso para su comunidad. Pero lo más grave es que miles fueron desaparecidos, asesinados, enterrados en fosas comunes, quemados y descuartizados. Quienes tuvimos suerte sufrimos prisión como procesados (que no es lo mismo que sentenciados) solo por unos meses, aunque con el riesgo de ser asesinados en los penales, como efectivamente pasó con muchos presos, entre los cuales se encontraban también aquellos que nada tenían que ver con el proyecto del partido de Abimael Guzmán (PCP-SL) ni con el partido de Polay Campos (MRTA). Nada puede justificar la matanza de presos en los penales, sean condenados o procesados, militantes o no de esas agrupaciones
El caso mió fue sufrir consecuencias de una guerra interna, como tantos otros, sin pertenecer a esas dos organizaciones. Pese a todo, nunca jamás he renunciado a mis ideales socialistas y de adhesión al pensamiento de José Carlos Mariátegui que, necesario es decirlo, nunca puede comparársele con un ideario y política terrorista.
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Que un grupo especial de la DINCOTE irrumpa tu domicilio, aunque ésta sea de esteras y asentada en una barriada como Huaycán; que atemoricen a tu esposa y asusten a tu hijo de dos años, dormidos apaciblemente en horas de la madrugada junto contigo; que los alumbren con linternas para no reconocerles el rostro y los apunten con pistolas y metralletas, vociferando insultos y amenazas; que te arrebaten tus libros y revistas, pues nunca lo recuperas; que te coloquen capucha en la cabeza y golpeen tu cuerpo, siempre con amenazas e insultos; que todo esto ocurra sin presencia de un fiscal ni por orden del juez; que estés detenido por más de 20 días en calabozos infrahumanos; que te sometan a vejámenes y torturas psicológicas y físicas (con técnicas que no dejan huellas al momento, sino luego de largos años); que acabes preso en un penal de sentenciados cuando no estas condenado judicialmente, para luego salir libre, después de seis meses de prisión, absuelto de toda acusación de terrorismo, de la cual nunca jamás tuviste culpa alguna. Pero, no te libras de llevar el sambenito de terrorista y terminar estigmatizado porque la prensa te presentó con esa mentira. Y luego que la justicia verificó que nada tenías que ver con esas falsas e injustas acusaciones, ninguna prensa te presenta desagravio alguno, por el contrario, la DINCOTE te visita y hostiga cada tres meses con intervenciones a tu domicilio, quitándole la tranquilidad a tu familia. Esto que seguramente lo pasaron cientos de dirigentes sociales, también lo pasó mi persona, mi esposa y mi menor hijo, hace ya 24 años atrás (abril-septiembre 1986), cuando apenas era un joven de 27 años de edad.
Ciertamente, este es un hecho aborrecible, despreciable, ignominioso; pero es poco comparado a quienes perdieron la vida quemados, torturados, asesinados, enterrados en fosas comunes, descuartizados. Crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra producto de una política estatal contrainsurgente que no respetó la condición humana ni la presunción de inocencia de las personas, donde para eliminar a un senderista o a uno del MRTA no les importaba eliminar a cien o toda una comunidad. Igualmente, la desviación ultraizquierdista de los insurgentes llevó a confundir al pueblo como enemigos suyos, y en parte considerable incurrieron también en crímenes de guerra.
Ahora, que esa guerra interna ha terminado, obviamente con el fracaso militar de los insurgentes, y aunque queden algunos rezagos de ella, focalizados y sin perspectiva de desarrollo. Y que ambas organizaciones ya vienen insertándose en la vida legal de la sociedad, proponiendo soluciones políticas a las secuelas del conflicto, sin que el estado les presta atención, todavía hay voces desde el gobierno y desde las clases adineradas que recurren al sambenito del narcoterrorismo como un refrito y una patraña para descalificar las reclamaciones justas de los pueblos, comunidades, trabajadores y empresarios. Si quieren tumbarse al opositor basta con llamarle narcoterrorista. Incluso, hacen los agregados de antisitema, nacionalista, ambientalista y hasta perro del hortelano o ciudadanos de segunda categoría. Todo esto se llama criminalizar las protestas y criminalizar también las ideas.
No permitamos que usen esta arma acusatoria en la campaña electoral ni contra las justas demandas de los trabajadores y pueblo peruano. Desenmascaremos esas patrañas y refritos de la derecha neoliberal. Contestemos con la verdad y la fuerza de nuestra causa y nuestra razón. Hoy es Susana Villarán el blanco de esos ataques, porque es la candidata que recibe gran apoyo popular en Lima. Ayer lo fue Ollanta Humala, Pizango, etc.; siempre lo han sido los luchadores sociales y políticos de izquierda.
Unámonos en un gran frente único sobre propuestas concretas. Hay que vencer el sectarismo y el caudillismo. Un gran espíritu de desprendimiento puede ayudarnos a unir al pueblo en un solo puño y una sola voluntad. Ese espíritu debe ser un programa de cambio social para un desarrollo y bienestar material y espiritual del pueblo peruano. Esto es necesario, esto es posible, y afortunadamente si se puede hacer.
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